La trascendencia mundial del movimiento de ecoaldeas
Ted Trainer, Universidad de New South Wales (Australia)
Introducción
El argumento básico de este artículo es que cuando se comprende la naturaleza de la problemática mundial, es obvio que los alarmantes problemas que amenazan ahora con destruir la civilización no se pueden resolver a menos que avancemos hacia las ideas y prácticas reflejadas dentro de los movimientos globales de ecoaldeas y de la permacultura. Por tanto, sería difícil exagerar la importancia de estos movimientos y el papel que han jugado en las últimas décadas en la transición hacia un mundo sostenible y justo. […]
La situación global
Las anteriores observaciones revelan una visión muy radical de nuestra situación; sin duda, se trata de una visión que va mucho más allá de lo que la mayoría de los “verdes” están dispuestos a llegar, así, que aquí pormenorizo las razones que, creo, le confieren validez. Hay dos defectos principales insertos en los cimientos de nuestra sociedad: uno tiene que ver con la “sostenibilidad” y el otro, con la “justicia”.
Defecto 1: Sostenibilidad
El estilo de vida que tenemos en los países ricos es groseramente insostenible. No es posible que los “niveles de vida” de todos los habitantes de la Tierra crezcan sin límites hasta los del mundo rico en consumo per cápita de energía, minerales, madera, agua, alimentos, fósforo, etc. Estas tasas de consumo son la causa de muchos de los alarmantes problemas globales que amenazan actualmente nuestra supervivencia. Sin embargo, la mayoría de la gente no tiene idea de la magnitud del rebasamiento, de cuánto hemos sobrepasado el nivel sostenible de uso de recursos y de impacto medioambiental. A tener en cuenta: si todas las nueve mil millones de personas previstas en la Tierra después de 2050 consumieran recursos según la tasa per cápita actual de los países ricos del mundo, la tasa anual de producción mundial de recursos tendría que ser como ocho veces mayor de lo que es ahora. Ya hay signos preocupantes de escasez de alimentos, agua, pescado, diversos minerales, recursos forestales y, especialmente, de petróleo.
El “análisis de huella ecológica” indica que la cantidad de tierra productiva precisa para abastecer a una persona en Australia de comida, agua, energía y alojamiento es de aproximadamente ocho hectáreas. La cifra para los EE. UU. está más cerca de las 12 hectáreas. Si nueve mil millones de personas vivieran como los australianos viven hoy en día, se necesitarían más de 70 mil millones de hectáreas de tierra productiva. Sin embargo, la cantidad total disponible en el planeta es de sólo unas ocho mil millones de hectáreas. En otras palabras, la huella ecológica per cápita de nuestro mundo rico es aproximadamente 10 veces mayor de la que toda la población mundial podrá tener jamás.
El problema del efecto invernadero nos ofrece probablemente el argumento más claro. Cada vez se hace más evidente que debemos eliminar por completo todas las emisiones de CO2 para, digamos, el año 2050 si queremos mantener el ascenso de la temperatura global por debajo de los dos grados (Meinschaun et al., 2009).
Tales consideraciones evidencian nítidamente la imposibilidad de que todas las personas tengan el “nivel de vida” que hemos asumido como normales en países ricos como Australia. No es que estemos rebasando ligeramente los límites sostenibles de demanda de recursos y de impactos ecológicos negativos, sino que estamos sobrepasándolos notablemente. Sin embargo, parece que poca gente alcanza a entender la magnitud de este rebasamiento. Deberemos afrontar drásticas reducciones en nuestros actuales niveles de producción y consumo per cápita; esto no se podrá lograr sin renunciar a nuestro opulento “nivel de vida” y deberemos hacer frente a ingentes cambios en las dinámicas institucionales y del sistema. […]
Defecto 2: Es una sociedad groseramente injusta
Nosotros, en los países ricos, no podríamos mantener ni de lejos nuestro “nivel de vida” actual si no estuviéramos tomando mucho más de lo que nos corresponde en justicia de los recursos mundiales. Nuestro consumo per cápita de productos como el petróleo es unas 17 veces mayor que el consumo de la mitad más pobre de la población mundial. La quinta parte rica de la población mundial está consumiendo alrededor de tres cuartas partes de los recursos producidos. Muchas personas obtienen tan poco que 850 millones pasan hambre y un número superior cuentan con un agua peligrosamente insalubre para beber. Tres mil millones de personas viven con 2 dólares al día o menos. Las condiciones de vida de los segmentos de población más desfavorecidos están empeorando.
Esta grotesca injusticia está causada principalmente por el hecho de que la economía global se rige por los principios de la economía de mercado. En un mercado, la necesidad es totalmente irrelevante y se desprecia; las cosas están destinadas sobre todo a los más ricos, porque pueden pagar más por ellas. De esta manera, nosotros, los ciudadanos de los países ricos, obtenemos gran parte del petróleo y demás recursos, escasos, disponibles en el mercado, mientras que miles de millones de personas con necesidades imperantes obtienen una mínima parte o nada. Esto explica por qué un tercio de los cereales del mundo se utiliza como alimento para animales en los países ricos, mientras que decenas de miles de niños mueren cada día porque no tienen suficiente comida ni agua potable.
Y lo que es más flagrante: con el sistema de economía de mercado se puede entender por qué el desarrollo del Tercer Mundo es muy inapropiado para cubrir las necesidades del Tercer Mundo.
El desarrollo se orienta a aspectos que no son prioridades vitales; en cambio, se orienta a ofrecer el mayor beneficio a las pocas personas con capital para invertir. Por tanto, se prima el desarrollo de los cultivos para exportación y de las fábricas de cosméticos y no se incentiva el desarrollo agrícola y empresarial a través del cual los pobres podrían producir autónomamente las cosas que necesitan, usando la tierra, el agua, el talento y la fuerza laboral que tienen a su alcance.
Estas son las razones por las cuales el desarrollo convencional puede considerarse una forma de expolio. El Tercer Mundo ha sido sometido a un tipo de desarrollo por el cual su territorio y su fuerza de trabajo sólo benefician a los ricos y no a las poblaciones tercermundistas. El “nivel de vida” del mundo rico jamás podría alcanzar ni de lejos la opulencia actual si la economía mundial fuera justa. Los gobiernos del mundo rico no dejarán a los países pobres que apliquen cualquier otro enfoque de desarrollo que no sea aquel que permite al mercado determinar el desarrollo, y que por lo tanto orienta sus economías al beneficio de nuestros intereses.
De lo anterior quedaría patente que no se puede lograr un mundo justo y pacífico a no ser que en los países ricos mudemos a un estilo de vida y a un sistema económico que nos permita vivir bien con una pequeña fracción de nuestro consumo actual de recursos, lo que permitiría que el Tercer Mundo tuviera su parte equitativa. […]
La alternativa necesaria: la vía de la simplicidad
Si el anterior análisis de nuestra situación es válido, de este se derivarían muchas implicaciones básicas en lo que respecta a cómo debería ser una sociedad sostenible y justa. Debemos adoptar nuevos estilos de vida que nos permitan vivir con un pequeño porcentaje del consumo de recursos e impacto ecológico actuales. Los principios básicos de una alternativa que pudiera resolver los grandes problemas globales, que funcionara bien y fuera atractiva y placentera, deben ser los siguientes :
1. Adoptar un nivel de vida mucho más simple en lo material.
2. Altos niveles de autosuficiencia dentro de los hogares, las naciones y, en especial, en los barrios y ciudades, con relativamente pocos viajes, poco transporte o comercio. Debería haber sobre todo pequeñas, economías locales en las que la mayor parte de las cosas que necesitamos sean producidas por mano de obra local a partir de recursos locales.
3. Básicamente, sistemas cooperativos y participativos, mediante los cuales los ciudadanos locales se autogestionen.
4. Un sistema económico bastante diferente, que no se rija por los poderes fácticos del mercado y por el beneficio, en el que hay mucho menos trabajo, producción y consumo; y con un amplio sector económico sin intercambios comerciales, que incluya muchos productos gratuitos que provengan los recursos comunales locales. Debería haber un PIB mucho menor que en la actualidad y un crecimiento económico igual a cero.
5. Y lo que puede causar más problemas, una cultura radicalmente diferente, en la que el individualismo competitivo y materialista sea sustituido por un colectivismo austero y autosuficiente.
El argumento que se quiere presentar es que estos elementos no son opcionales; si nuestra precaria situación es más o menos la que se ha esbozado, tenemos que adoptar este tipo de prácticas nos guste o no. Pero esto no tiene por qué girar sobre hacer con desgana lo que exige la supervivencia. Los defensores de la vía de la simplicidad creen que sus numerosos beneficios y fuentes de satisfacción ofrecen una calidad de vida mucho más alta de la que pueden experimentar en la sociedad de consumo.
A mi modo de ver, los principios y los diseños con los que he expresado la vía de la simplicidad se corresponden con los defendidos por los movimientos de ecoaldeas y de permacultura. Si hay alguna diferencia significativa, es probable que solo exista en el enfoque. Me he centrado en argumentar a nivel sistémico; por ejemplo, respecto a la necesidad de deshacerse de la economía de crecimiento, de trascender los sistemas de mercado y de la producción con fines lucrativos, de tomar control local de las economías locales y de ir más allá de una cultura competitiva y basada en la codicia. Pero cuando se trata del diseño y el funcionamiento de las ciudades, los barrios y los hogares, debería ser obvio que los movimientos d ecoaldeas y de permacultura son pioneros de los estilo de vida esenciales.
Problemas de la transición: ¿Cómo podríamos llegar allí?
La transición no puede ser impulsada o ser impuesta a la gente desde el gobierno. Las nuevas sociedades locales solo pueden construirse y ser operadas gracias a los esfuerzos voluntarios de los ciudadanos locales que entienden por qué es imprescindible la vía de la simplicidad y quieran vivir de esa manera porque les resulta gratificante. Sólo las personas locales conocen las condiciones locales y las situaciones sociales por lo que solo ellos pueden desarrollar los sistemas, las redes, la confianza, el clima de cooperación, etc., que mejor se adapta a ellos; y generarán contribuciones entusiastas y enérgicas.
En consecuencia, la tarea más importante para las personas preocupadas por el destino del planeta es la de ayudar a la gente común de su entorno a que entiendan la necesidad de una transición desde una sociedad consumista, para avanzar hacia una aceptación voluntaria y gozosa de los estilos de vida alternativos. Con mucho, la mejor forma para las personas con esa inquietud es sumergirse en la construcción palpable de cualesquiera que sean las nuevas vías que podamos abrir en el entorno en que vivimos; por tanto, se hace evidente la valiosísima contribución del movimiento de ecoaldeas al ofrecer ejemplos “transicioneros” durante más de treinta años.
Pero hay un punto extremadamente importante respecto a esto último que me temo que la gente de estos movimientos no ha comprendido nítidamente. Construir simplemente aquí y ahora más aplicaciones prácticas de lo que queremos en la nueva sociedad no es suficiente, y si esto es todo lo que hacemos, no desembocará en una sociedad sostenible y justa. Nada de importancia duradera se logrará a no ser que provoquemos ese enorme cambio en la conciencia general que urge a realizar la transición de una sociedad de consumo a algún tipo de vía de la simplicidad. Esta es una tarea de suprema importancia para cualquier persona que esté preocupada por el destino del planeta. Construir nue vos huertos permaculturales e incluso ecoaldeas completas ni siquiera tiene tanta importancia como construir la visión compartida de manera colectiva. Si podemos hacer eso, la gente empezará a transformar con alegría sus asentamientos y economías… ¡en muy poco tiempo!
Es indiscutible, creo, que si hacemos este recorrido durante los próximos cincuenta años hacia un mundo sostenible y justo, es seguro que esta transición habrá sido liderada por las iniciativas de ecoaldeas y de la permacultura. Tal como yo lo veo, los diseñadores de ecoaldeas y de permacultura tienen una oportunidad y una responsabilidad única en esta misión. Lo que espero es que estos definirán su cometido de manera amplia y radical, como un paso más allá de diseñar huertos, fincas agropecuarias y aldeas, que abarcaría el diseño de sistemas sociales, económicos y políticos completos, sostenibles y justos.
Referencias
Meinshausen, M., N. Meinschausen, Hare W., Raper SCB, Frieler K., Knuitti R., Marco DJ, MR y Allen (2009), Greenhouse gas emission targets for limiting global warming to 2 degrees C . Nature, 458, 30 de abril 1158 -1162.
Trainer, Ted (2007) Renewable Energy Cannot Sustain A Consumer Society. (Las energías renovables no pueden sostener una sociedad de consumo). Dordrecht, Springer; Amsterdam.
Ted Trainer es profesor en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de New South Wales.
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